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Domingo 27 de octubre 2013

Thumb_27Oct2013A la manera de Dios, no a la nuestra

El Capítulo 10 del Libro de Levíticos (1-3), narra un triste episodio en la vida de Israel. “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que Él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová. Entonces dijo Moisés a Aarón. Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló”.

¿Cuál fue el fuego extraño que Nadab y Abiu ofrecieron ante el Señor? El fuego del altar del holocausto nunca debía apagarse porque
era santo. Es posible que Nadab y Abiú hayan llevado al altar brasas provenientes de otro lugar, ofreciendo así un sacrificio impuro. Se
cree que estos dos sacerdotes hicieron su ofrenda en un momento no prescrito. Cualquiera que sea la explicación correcta, el punto es que los hijos de Aarón abusaron de su oficio como sacerdotes, cometiendo una flagrante falta de respeto a Dios, quien acababa de recordarles cómo debían dirigir la adoración. Como líderes, tenían la responsabilidad especial de obedecer a Dios, ya que estaban en un puesto en el que fácilmente podían confundir y extraviar a mucha gente.

Cuando Dios estableció el orden sacerdotal, los Levitas eran quienes podían acercarse a Él. Todo lo que Dios establece como sagrado,
lo hace bajo su propio orden. Dios no les pidió que hicieran ese fuego extraño con el incienso. Si Dios le ha encomendado a usted guiar o enseñar a otros, asegúrese de permanecer cerca de Él y de seguir su consejo. Los hijos de Aarón fueron irresponsables al no seguir
las leyes de Dios para los sacrificios. Como respuesta, Dios los destruyó con una ráfaga de fuego. Llevar a cabo los sacrificios era un
acto de obediencia, hacerlo correctamente era respetar a Dios. Es fácil que nos descuidemos en obedecer a Dios y vivir a nuestra manera en lugar de la suya; pero, si una forma fuera tan buena como la otra, Dios no nos habría ordenado que viviéramos según Él lo estableció.

Él siempre tiene buenas razones para darnos órdenes, y nosotros siempre nos ponemos en situación peligrosa cuando en forma consciente o descuidada lo desobedecemos. Dios no habló en forma vaga o ambigua, cuando le ordenó a Moisés la construcción de
tabernáculo, fue preciso en cada medida, en la selección exacta de los materiales, las formas, los colores, todo fue calculado minuciosamente por Dios. Porque Dios habita en lo sagrado y no debemos interpretar o cambiar lo sagrado. Nosotros somos el lugar sagrado reservado para Dios, es un contrato de exclusividad. Nuestra vida ha sido hecha por Dios, para que vivamos como Él lo ha proclamado. Somos el tabernáculo de Dios. Él nos compró con su sangre preciosa, para que vivamos bajo su Señorío, su voluntad.

Cuando nos apartamos de Dios, perdemos la esencia, el propósito por el cual nos creó; quemamos un fuego extraño. Le damos la espalda. Los 10 mandamientos son las leyes fundamentales de Dios. Levíticos las explica y complementa junto a otras leyes y muchas otras guías y principios que ayudaron a los israelitas a ponerlas en práctica. El propósito de las leyes de Dios era enseñar al pueblo a distinguir lo bueno de lo malo, lo santo de lo común. La nación que vive bajo las leyes de Dios, podrá obviamente ser apartada y dedicada a su servicio. En cada mandamiento, Dios nos está diciendo cómo quiere que vivamos para Él, cómo debemos
apartarnos de las cosas prohibidas. Muy a menudo caemos en la tentación, pensando que al menos estamos guardando técnicamente el mandamiento de no cometer pecado, pero Dios quiere que nos alejemos completamente de todo pecado y de toda tentación.

Estamos tan acostumbrados a nuestro “estilo de vida” de ser cristianos, que no escuchamos lo que Dios nos está diciendo. Postrémonos a los pies del Señor.Si nosotros llevamos nuestras cuentas en orden ante el fisco, por que somos tan relajados, tan cómodos e ignoramos los deseos de Dios expresados en sus mandamientos. Cuando Dios estableció las leyes y mandamientos, quería que su pueblo fuera santo, apartado del pecado, diferente, único; así como Él era santo. Sabía que tenían sólo dos opciones: apartarse y ser santos, o comprometerse con sus vecinos paganos y corromperse. Por eso los sacó de la idolatría de Egipto y los apartó como una nación única, dedicada a adorarle sólo a El y vivir vidas santas, puras. Por eso diseñó leyes y restricciones para ayudarles a mantenerse separados, tanto social como espiritualmente de la maldad de las naciones paganas que habrían de encontrar en Canaán.

Hay una gran diferencia entre tener un Salvador a quien darle cuenta de cada una de nuestras acciones, a tener un seguro de vida. No son las medidas de nuestro templo, son las medidas de Él. Vamos a trazar las medidas que Dios nos dio, para trabajar con ellas en todo cuando emprendamos.

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