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Domingo 23 de marzo 2013

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VESTÍOS DE TODA LA ARMADURA DE DIOS

Los cristianos contamos con poderosas armas para derribar argumentos que  tiendan a debilitarnos o convencernos con falsas premisas. Al permitir que nos ataquen con herramientas al servicio
del mal, argumentaciones forjadas en la mentira y debilitarnos frente a las acechanzas del maligno, somos proclives a caer en confusión, incertidumbre, discordia, mentira, maldad o indiferencia y nos apartamos de Dios. Nos llenamos de cinismo o amargura, e impactamos nuestra conducta transformándonos en violentos.

“Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. (Efesios 6: 13-15). ¿Cómo podemos enfrentar los ataques del mal? El Apóstol Pablo nos dice que debemos repeler esos ataques con las armas que Cristo nos ha dado, especialmente sometiendo nuestro pensar y nuestro actuar en obediencia a Él y protegiéndonos con el escudo de la fe, con el cual rechazaremos los dardos de fuego que incesantemente nos arrojan las huestes del mal y vistiéndonos con el yelmo, con la armadura de la salvación, y la espada del Espíritu Santo, que es la palabra de Dios. Así, preparados para librar esa batalla, nada vil, malo o destructor nos desanimará porque en Cristo soy más que vencedor. Cristo es el comienzo de nuestro pensamiento, el argumento más poderoso, nuestra realidad interna. Cristo vive en mí, me arraigo en Él, porque venció el pecado, la muerte y resucito para estar al lado del Padre. Él es mi redentor, mi realidad, mi roca fuerte. Es mi sostén, mi libertador. ¡Cíñete con la verdad de Cristo!

“Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. (Efesios 6: 16-17).
Vestidos con la coraza de la justicia, Él es nuestra equidad, nuestra rectitud, quien nos hace a su medida y semejanza. Él nos guiará por sendas de justicia, por amor a su nombre. Si dudamos de nuestro ser cristianos, recordemos que soy quien soy por la gracia de Dios. No hay condenación
para quienes estamos en Él. Él es nuestra justicia y nuestra verdad. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria
de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia prueba, y la prueba, esperanza, y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos fue dado”. (Romanos 5: 1-5).

En estos momentos que vive el país, debemos buscar el diálogo, la reconciliación con los demás. ¿Por qué? Porque sólo así reconoceremos la justicia social y la reconciliación de nuestra nación, para que haya paz y la paz llega porque buscamos la verdad y esta a su vez nos lleva a la justicia. “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos, y por mí, a fin de que al abrir mi boca sea dada la palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio”. (Efesios 6: 16-19).

Cuando estemos sometidos a las pruebas, no debemos temer. Los cristianos contamos con las armas de la verdad, la justicia, la paz y la fe; con ellas apagamos la mentira y el engaño; porque todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separa del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Romanos 8: 37-39).

Pastor Samuel Olson

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