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Domingo 13 de abril de 2014

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Resistiendo los ataques del enemigo

Nosotros como todos los humanos, somos frágiles, por eso, para librar nuestras batallas contra el maligno, sólo necesitamos utilizar las poderosas y efectivas armas de Dios: Oración, Fe, Esperanza, Amor, La Palabra de Dios y El Espíritu Santo. Estas armas pueden destruir el argumento del orgullo humano que se levanta contra Dios y los muros que Satanás construye para que no encontremos al Señor.

Podríamos vernos tentados a utilizar nuestras propias armas, pero nada puede derribar esas barreras sino las armas de Dios. “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad y vestidos con la coraza de justicia, calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. (Efesios 6: 14-17).

¿Cómo lo logramos? Ciñendo nuestra cintura con la verdad, creyendo que Jesucristo es el principio y el fin de todas las cosas, el que corrige,  sostiene, fortalece y quien dirige nuestros pensamientos al enfrentar situaciones difíciles. Cubriéndonos con la coraza de la justicia, siendo justos en nuestra manera de vivir y siendo justificados en Cristo crucificado para que tengamos contacto con Dios y caminemos junto a El, aceptando y perdonando nuestros pecados. Siendo íntegros, justificados con la justicia de Dios que es la coraza de la justicia.

Calzados los pies con celo, en la necesidad de anunciar el evangelio de la paz como cristianos; la paz que Dios nos da para que seamos embajadores, voceros de Cristo, y para hacer la paz y no la violencia. Ante situaciones como las que enfrentamos actualmente es prioritario que nuestro sí sea sí y nuestro no sea no. Debemos ser íntegros y coherentes con nuestro ser cristianos en cada momento de nuestras vidas. Tenemos la responsabilidad de anunciar la paz de Cristo. Cuando nos llenamos de preocupaciones y desaliento ante las situaciones adversas, cuando no encontramos respuesta a lo que acontece y nos dejamos llevar por el engaño, las dudas y los errores, somos proclives al dardo del maligno. Debemos estar en paz, porque nuestro asidero, nuestro escudo es Dios. Estamos en paz, en la verdad y en la justicia. Lo que nos rodea no nos doblegará porque sabemos cuál es nuestra verdad y tenemos el escudo de la fe. Estoy en Cristo quien me protege, el es mi poder, mi fortaleza, mi paz. Levanto el Escudo de la fe, lo que me sostiene y llena a quienes me rodean, porque los ayudo a estar de pie. Les enseñamos a estar en el poder de la Fe y no en el de la carne.

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”. (1 Pedro 4: 12-13). Vivimos en un mundo en el cual tenemos que resistir los ataques del maligno, pero ya hemos vencido al mundo porque no vivimos en la carne sino en el espíritu. Si resistimos al maligno, él huirá de nosotros. Si estamos fortalecidos en la verdad, la justicia, la palabra de Dios y el Espíritu Santo, no caeremos en sus trampas. Cuando Jesús estaba en el desierto y fue tentado por el diablo, podía convertir la piedra en pan, pero Nuestro Señor superó ese tiempo de prueba, demostrándonos que es realmente el Hijo de Dios, capaz de superar toda tentación. “Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”. (Mateo 4:10).

¿Cuál es tu escudo de fe? La palabra. Ella nos da fuerza y seguridad. Cuando David se enfrentó a Goliad, armado con escudo y lanza, él sólo llevaba consigo el nombre de Jehová de los Ejércitos, el Dios de Israel, a quien Goliad había provocado. El Señor es nuestra fortaleza. “Ahora pues, Jehová Dios, tú eres Dios, y tus palabras son verdad, y tú has prometido este bien a tu siervo. Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendecia la casa de tu siervo para siempre”. (2 Samuel: 7:28-29)

Pastor Samuel Olson

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