Domingo 23 de febrero 2014
SAL DE LA PRISIÓN
Apocalipsis es un libro de esperanza, fue escrito por Juan, el apóstol amado y testigo ocular de lo que hizo Jesús. En él, Juan afirma que Dios, el victorioso Señor, volverá para vindicar a los rectos y juzgar a los impíos. Apocalipsis es también un libro de advertencia. Las cosas no eran como debían ser en las Siete Iglesias de Asia, así que Cristo llamaba a los creyentes a comprometerse a llevar una vida recta. El libro comienza narrando cómo Juan recibió una revelación de parte de Dios, luego expone los mensajes específicos de Jesucristo a esas iglesias; pero, de repente, cambian las escenas e irrumpe un mosaico de imágenes espectaculares y majestuosas en la visión
que hay ante los ojos de Juan. Esta serie de visiones describe el futuro, el plan revelado por Dios y cómo Él tiene el control de la
situación, porque la victoria es de Cristo y todos los que confíen en Él serán salvos.
Juan estaba preso constantemente vigilado, amenazado, reducido a un espacio ínfimo, cuando recibió la presencia de Dios. En esas condiciones, Juan adoraba e invocaba a Dios. No necesitamos estar en un lugar en especial, en cualquier parte y momento podemos y debemos adorar a Nuestro
Señor. Es deseable un espacio y un tiempo propicio para la alabanza y adoración, pero en tiempo difíciles, debemos hacerlo en cualquier lugar y a cualquier hora. En ese calabozo, Juan se postraba ante el Señor y abría su corazón a Él y así fue como recibió el mensaje: “Y escribe el ángel de la iglesia en Tiatira: El Hijo de Dios, el que tiene ojos como llama de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido, dice esto: Yo conozco tus obras, y amor, y fe, y servicio, y tu paciencia, y que tus obras son más que las primeras”. (Apocalipsis 2:18-19).
Tiatira era un centro laboral, con muchos gremios que se dedicaban a la confección de ropa, tintorería y alfarería. Era una ciudad esencialmente secular, sin preferencia por religión alguna. Sin embargo, fueron felicitados por Juan por sus buenas obras y estimulados a no sentirse satisfechos sólo por regocijarse en la salvación de sus miembros o disfrutar de la adoración conjunta. No. Juan los invitaba a crecer en amor y obras de servicio. Cuando los tiempos son difíciles, debemos invertirlo con sabiduría y fidelidad.
En tiempos convulsionados, sólo basta con postrarnos ante Dios, inclinar nuestra cabeza y, desde el fondo de nuestro corazón, invocar a Dios y Dios estará con nosotros. Juan recibió sabias palabras de Dios, a través de las cuales vislumbró la gloria de Cristo. Tal y como se expresa en Apocalipsis, Dios,
desde su trono, está coordinando todos los sucesos que Juan registró detalladamente en este libro, lo cual nos demuestra que el mundo no está girando fuera de control; el Dios de la creación llevará a cabo sus planes a medida que Cristo inicie la batalla final contra las fuerzas del mal. Juan nos enseña
el cielo, antes de mostrarnos la tierra, para que no temamos por los acontecimientos futuros. La voz que Juan escuchó primero, la que sonaba como trompera, era la voz de Cristo. Y cuando menciona, cuatro veces al espíritu, se refiere al Espíritu Santo que le daba una visión, mostrándole situaciones y
acontecimientos que él no podría haber visto con sus ojos humanos. Esa revelación es una advertencia a los cristianos que se han vuelto apáticos y un estímulo a quienes han permanecido fieles frente a las dificultades de este mundo. Ratifica que el bien triunfará sobre el mal, nos da esperanza en tiempos difíciles y dirección cuando titubeamos en nuestra fe.
Al final de cada una de las cartas a las Iglesias de Asia, se exhorta a los creyentes a que escuchen y tomen en serio lo que se les había escrito en cuanto a las advertencias generales, así como las particulares. Contienen también advertencias y principios para todos. La Iglesia debe tener autoridad
y sus fieles tienen que llevar la palabra de Dios, marcando nuestros pasos al caminar, como si tuviésemos pies de bronce bruñido; preparándonos para las cosas nuevas que tengamos que enfrentar, porque su gloria nos llenará de tal manera que venceremos el miedo. Entrégale tu vida a Cristo, sigue sus pasos, difunde su palabra con convicción, con autoridad, que la gente sepa que la gloria de Dios llenará sus vidas.
La maldad y la injusticia no prevalecerán para siempre. Dios les pondrá fin en el juicio final. Nuestra gran esperanza es que se hará realidad lo que Cristo prometió. Cuando tenemos confianza en nuestro destino final, podemos seguir a Cristo sin titubear, sin que importe que debamos enfrentar. Podemos alentarnos.
Dr. Luis Paz