Una Cita en el Altar 3° Parte
Los discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron orando a Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto, mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una religiosidad tradicional. La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No les dijo –por ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso es tan superficial como decir que comer es abrir la boca.
El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la respuesta de Cristo ante la importante petición de sus seguidores: El Hijo de Dios no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace tres advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje, para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la vida.
Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración voluntaria. Habla de un tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda seguridad que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en su apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración.
2ª. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para impresionar a la gente.
3ª. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso. Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.