Una Cita en el Altar 1° Parte
Hola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a entrar en la presencia de Dios, porque en medio de los ruidos que produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más importante- obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común en el Antiguo Testamento.
Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor espiritual. No creemos que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…” Isaías 29:13
El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el salmo 5: “… Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré.”
La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me permiten el término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente en eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de oración!; hablamos de “estar” en la presencia de Dios. Eso es diferente a traer una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone reconocer que pasar tiempo en el altar es
una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas del mismísimo infierno.
Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”. Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de estar con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos. ¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar!.
Una Cita en el Altar 2° Parte
Cuando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno de los discípulos y Jesús. El Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un lugar solitario, y el discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa petición a Jesús: Señor, ENSÉÑANOS A ORAR como Juan enseñó a los suyos.
Este es un incidente demasiado serio, con un valor sustantivo muy denso, el cual merece nuestra máxima atención, porque pone en boca de una persona que tiene, al menos, tres características: a) es un adulto, b) es un judío y c) es un discípulo de Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo que representa, (enséñanos) no saben orar.
Si una persona con esas credenciales declara que no sabe orar, entonces eso nos plantea preguntarnos qué era lo que sabía y que era lo que ignoraba acerca de la oración. Evidentemente, como judío había aprendido largas oraciones de memoria que se hacían en horas fijas y con la mirada hacia Jerusalén. Eso representaba el entorno social y religioso, más no la esencia de la oración. Eso era la religión de la oración.
Justamente, ese es el sentido de la petición de los discípulos. Saben hacer oraciones con rígido respeto a formas religiosas, pero sólo cuando vieron orando a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no funcionaba, y por eso le piden ayuda.
¿Qué fue lo que impactó a los discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su contenido, o fue acaso su disciplina?. Esto nos permite hacer una diferenciación pedagógica de primer orden. Hay una diferencia sustancial entre orar (a secas) y tener vida de oración. Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero pocos, en realidad, tienen vida de oración.
Nadie exhibió jamás un reverente respeto por la disciplina de la oración como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba consuetudinariamente tiempo de su apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia del Padre. Siempre tuvo el cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le correspondía. Comprendía que la oración utilitaria cuyo sentido es obtener favores del cielo no es suficiente para
ser un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando, o se levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo ocuparan. Naturalmente que esa práctica espiritual producía un nivel ministerial particular. Jesús creyó que Él necesitaba orar intensamente. Entendía que el hecho de ser Dios mismo no lo eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se había despojado de su gloria. No podía usar su divinidad para facilitar su ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía.
Si el Hijo de Dios tenía vida de oración, ¿Será que nosotros podremos sacar de su ejemplo alguna lección?
Una Cita en el Altar 3° Parte
Los discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron orando a Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto, mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una religiosidad tradicional. La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No les dijo –por ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso es tan superficial como decir que comer es abrir la boca.
El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la respuesta de Cristo ante la importante petición de sus seguidores: El Hijo de Dios no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace tres advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje, para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la vida.
Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración voluntaria. Habla de un tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda seguridad que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en su apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración.
2ª. “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para impresionar a la gente.
3ª. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso. Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.
Una Cita en el Altar 4° Parte
Los discípulos habían orado durante toda su vida, pero la vida de oración de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Hay gente que se ha pasado toda la vida en la iglesia y descubren, después de mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar.
Con el fin de enseñarlos, Cristo le indicó a sus seguidores que había tres valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de la oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de intimidad en búsqueda de su presencia y a la idea de apartarnos a solas con Él. La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte de no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría mediatizada por un pecado. La esencia es el contenido de nuestra plegaria. En ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que la iglesia cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El Padrenuestro fue reducido a una repetición vacía.
¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en nuestra vida?. Cristo nos habló de tres dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la oración sólo con pedir. Pedir siempre es más fácil. El problema con esa postura es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son, llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti y esperaré…” Salmo 5:3.
Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de Dios en oración usted va a ser cambiado, porque nadie se acerca a Él para permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud. por qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego?. Se derrite porque ante el fuego ella no tiene opciones. Cuando se acerca al calor, la grasa pierde su propia naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración vas a ser cambiado. Ningún ser humano puede acercarse a Dios y permanecer igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!. Quédate en el silencio de su augusta presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu gemir, tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración!.
Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él nunca seremos iguales “…porque los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración y descubrirás la verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como llegó. Entra en el Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera.