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Domingo 17 noviembre 2013

Thumb_17Nov2013¡La misión es nuestra!

Adán y Eva, nuestros primeros antepasados, fueron el punto culminante de la creación de
Dios, la verdadera razón por la que Dios creó al mundo. El libro de Génesis nos explica cómo Dios creó a Adán y Eva sin pecado. La pecaminosidad entró en ellos cuando desobedecieron a Dios y comieron la fruta del árbol prohibido. Por medio de Adán y Eva aprendemos a conocer el poder destructivo del pecado y sus amargas consecuencias.

El pecado de Adán y Eva fue producto de la desobediencia. Adán y Eva no siguieron las indicaciones de Dios y obraron de manera distinta a como ÉL lo había planeado. Por medio de sus errores podemos aprender lecciones importantes de cómo vivir una vida recta. Ellos nos enseñaron la naturaleza del pecado y sus consecuencias.

Dios les había señalado que podían comer de todos los frutos que había en el Edén, pero especificó que sólo de un árbol no debían comer su fruto. Esta prohibición de Dios, no la debemos ver como una restricción caprichosa, sino como una posibilidad de que la pareja pudiera decidir qué hacer. Dios les dio libertad de elegir desde su propia libertad. “Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Con que Dios os ha dicho:
No comáis de todo árbol del huerto?”. Génesis 3:1

Cabe preguntarnos: ¿Eva pecó cuando fue tentada por la serpiente o cuando pensó en comer del árbol prohibido? Cuando desde su
corazón, asumió la posibilidad de desobedecer a Dios, ya había cometido el pecado original. Esta es la actitud que asumimos cuando decidimos hacer nuestra vida de espaldas a Dios. Si nos declaramos en desobediencia, rompemos nuestra relación con el Creador.
Adán, por su parte, aceptó comer del fruto prohibido que Eva le ofreció. En ese momento, el destino de la creación estuvo en peligro. Adán no se detuvo a considerar las consecuencias y se escondió para que Dios no lo viera porque estaba desnudo. La desnudez a la que nos expone el pecado es la exposición del alma ante la maldad. El pecado nos separa de Dios por querer actuar por nuestra cuenta.

Una conciencia culpable es una señal de advertencia que Dios ha colocado dentro de nosotros y que se enciende cuando hemos hecho algo malo. Adán culpó a Eva de haberlo hecho pecar, y Eva a la serpiente, queriendo ambos eliminar los sentimientos de culpabilidad que los atormentaban, pero sin haber eliminado la causa.

Todos los mandamientos de Dios son obviamente para nuestro propio beneficio, pero puede que no siempre entendamos las razones.
El pueblo que confía en Dios le obedece porque Dios así lo estipula, aunque que no entienda el por qué de sus mandamientos. Cuando Adán y Eva eligieron desobedecer, Dios no podía pasar por alto el pecado, dado que por éste se inició la tendencia del mundo a la desobediencia.

Ellos aprendieron por medio de una experiencia dolorosa que, ya que Dios es justo y odia el pecado, debía castigar a los pecadores. El resto del libro de Génesis relata historias dolorosas de vidas arruinadas por la caída. Sin embargo, también en la Biblia podemos ver como Dios puede perdonar nuestros pecados y restaurar nuestra relación con ÉL.

Cuando vivimos de espaldas a Dios, cuando nos sentimos avergonzados de los que somos y buscamos todo tipo de salidas para
escondernos de nosotros mismos, drogas, licor, vida desordenada, encontramos cosas que no nos llenan. En nada de eso vamos a encontrar paz o consuelo. Es sano preguntarnos de vez en cuando: ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo están mis relaciones con el entorno? ¿Quiénes me necesitan espiritual e incluso materialmente? Pongamos como ejemplo a Marcos 1:40-44. “Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio. Entonces le encargó rigurosamente, y le despidió luego, y le dijo: Mira no digas a nadie nada, sino vé, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación
lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos”.

En aquellos tiempos, los leprosos eran execrados, debían hacer sonar una campana que avisara a todos que se acercaba un enfermo; no tenían contacto físico con persona alguna. Cuando Jesús lo sana y le dice que vaya al templo, era para que todos supieran que el leproso estaba sano y que había restaurado su relación con Dios. Así, nosotros también podemos ser perdonados de nuestros pecados, y retomar nuestra relación con Dios. Jesús vino a restaurar nuestra relación con Dios, es todas las áreas de nuestras vidas.

Vino a pagar el precio de nuestros pecados y a limpiarlos con su sangre derramada. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. I Juan: 3-3. Debemos reponer todo cuanto esté roto dentro de nosotros, porque hasta que no
seamos redimidos, viviremos en las sombras. Estamos rotos internamente cuando pecamos. Dios, a través del Espíritu Santo, nos restaura completamente. Hoy Jesús te dice: ven y sígueme, voy a restaurar todo lo que en ti. Voy a rehacer tu vida. Dios dice “ven y sígueme” para que seas colaborador y restaurar el mundo roto, ayudemos a la gente a conocer a Dios por eso la misión es nuestra. Tiene que ver con el motorizado, el futbolista, tiene que ver con todos. De esta manera será una experiencia integral de conocer a Dios.

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